Per Anderson, las raíces de La Ceiba

Édgar Ávila Pérez

Xalapa, Ver. –  Un hombre llamado Per Anderson, un hijo de la postguerra europea, curtido en los barrios bravos de Neza en la capital del país, rebelde juvenil metido en las guerrillas centroamericanas, echó profundas raíces en Veracruz.

Como un árbol de ceiba, se aferró a una tierra húmeda donde los cafetales invaden las montañas y con su calva perfectamente redondeada y bigotes tupidos, se convirtió en un incansable promotor de las artes gráficas.

Y desde una antigua hacienda española enclavada en la región de Coatepec, el hombre nacido en el sur de Suecia en 1946, construyó un refugio del arte papelero, alejado de la parafernalia digital.

“El entorno en Xalapa y Coatepec es increíble. Estamos rodeados de personas con extraordinarias experiencias que han tenido posibilidades de vivir plenamente sus proyecciones”, afirma cómo si su propia vida no formará parte de esas personas extraordinarias.

Sus abuelos eran rusos y sus padres nacidos en Estonia se convirtieron  en refugiados de guerra. Su familia fue nómada: un hermano nació en Estonia, su hermana en Finlandia y él en Suecia.

“Creo que esto me dio un legado importante de ser bilingüe y tener raíces de otros lugares, siempre me dio la oportunidad de comparar las cosas”, dice.

En su natal Malmo, de la mano de un viejo campesino, experimentó vivir con hondas raíces dentro de la cultura de autoabasto, una forma de vida que lo marcó para el resto de su existencia en su vida nómada.

Con ese hombre de campo, aprendió el manejo de cultivos, animales, prácticas, costumbres y que “no es en el almacén o en la tienda donde se encuentra la solución, sino en el campo mismo”.

Y jamás dejó de ser un errante. Cursó sus estudios en Estocolmo y a los 23 años emprendió un viaje sin retorno a México para alimentarse de la nueva oleada de arte saluda de tierras aztecas.

“Después de la Segunda Guerra Mundial comienza a circular en Europa una expresión muy importante de arte mexicano, que tuvo un gran impacto en Europa porque se presentó en varias sedes. Es la primera vez que se conoce entonces tanto arte prehispánico como arte de los muralistas”, rememora.

Y su llegada al corazón del país fue a uno de los barrios más duros y violentos de la época: Nezahualcóyotl, Neza para la banda, esa sumida en pobreza, inseguridad, hacinamiento, pero también en una hermandad insuperable.

Ahí durmió en cuartuchos asolados por delincuentes, con quienes aprendió a convivir e incluso gracias a su formación izquierdista repartió – como cientos de mexicanos de la época- panfletos y cuidó casas de seguridad que la guerrilla Centroamericana tenía en el Distrito Federal.

Anderson aprendió a amar a un México que -dice- se introduce en el espíritu, una fuerza y una expresividad que no deja lugar a dudas aparece en una forma musical.

“La mayor intensidad la presencia de este espíritu se expresa en las comidas, en la forma de convivir, de hacer las cosas y sin este sabor del chile de todas estas formas muy específicas de todos los ingredientes no sería México”, describe.

Y ahora se estableció en La Ceiba Gráfica, un centro tradicional de producción de enseñanza, investigación, exposición en técnicas sustentables de grabado y litografía, uno de sus grandes legados.

“Un espacio donde existe una gran libertad de combinar elementos y hacer de ello un encaminar tu vida”, describe el proyecto que ideó hace 40 años y que concretó en Coatepec.

Junto al Museo Vivo de Papel y talleres de serigrafia, logró construir un espacio para una relación inmediata entre lo espiritual y lo material.

“Creo justamente poder amalgamar teoría y práctica, espiritualidad y materialidad.  Y esto solda un camino, solda una personalidad y esto es lo que da profundos significados y genera caminos en la vida originales, versiones originales y auténticas”.

 

 

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